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MEMORIA A LA DERIVA

naufragios
Mar Martín
La memoria habitualmente es muy corta, sobre todo desde nuestro espacio de confort en el que nos situamos creyendo que nos protegerá siempre.
Sin embargo, los hilos que tejen los destinos son tan frágiles que en cualquier momento se rompen y hacen trizas de todo lo que creíamos seguro.
“En la mente de todos había sensación de fuga, derrota, hundimiento moral. Sentíamos el miedo, la humedad e incertidumbre de niebla y frio. En la explanada quedaba un paisaje de desamparo entre los que habían perdido el barco”. Este testimonio de Antonio Vilanova de hace 79 años y que recoge El País en un artículo del 23 de marzo de 2014 ha sobrevivido al paso del tiempo y se hermana con las palabras de la poeta anglo-somalí Warman Shire quien escribió: “nadie pone a su hijo en un barco salvo que el agua sea más segura que la tierra”.
En el  “Aquarius” los valientes tripulantes pusieron a salvo o pretendían poner a salvo a 630 personas migrantes que huyendo del horror de sus países de origen se lanzan al mar en busca de una oportunidad. Noche cerrada, la quilla de la patera estaba rota y la embarcación amenazaba con hundirse, cuando se escucharon las palabras de salvación procedentes del Aquarius: “Caballeros, quédense sentados, mantengan la calma, los vamos a rescatar a todos, uno por uno. Ayúdennos a que les ayudemos”.
El Stanbrook con su capitán Dickson desobedeciendo las órdenes del propietario del carbonero británico intentó salvar de una muerte segura a 2638 civiles españoles, niños, mujeres, hombres y soldados republicanos que huían del horror del fin de una guerra que daría comienzo al peor periodo de la historia de España en el que la represión bajo la que se asesinarían a cientos de miles de hombres y mujeres por su ideología, duraría 40 años respaldada y orquestada desde el propio Estado.
La historia no para de repetirse, una y otra vez. Cambian las personas que la sufren y los escenarios, pero el transfondo se mantiene.
La tragedia de la guerra, la represión o el hambre hacen que cientos de miles de personas anhelen una vida mejor y abandonando sus patrias, y a sus familias lo arriesguen todo en busca de un sueño que en muchas ocasiones se vuelve inalcanzable.
El destino de los 630 migrantes del Aquarius será muy distinto del que tuvieron los 2.638 exiliados republicanos que huyeron desde el puerto de Alicante, aún no ocupado por el ejército franquista, a un final impreciso.
Gracias al nuevo gobierno socialista es posible que se les otorgue a estos 630 migrantes la condición de refugiados y de personas de acogida. Sin embargo, los exiliados republicanos que lograron subir al Stranbrook tuvieron otra suerte: la mayoría terminó en campos de concentración de Argelia, algunos, con más fortuna, lograron llegar a Sudamérica, e incluso, los hubo que se alistaron al ejército francés que luchaba contra los nazis con la esperanza de que una vez terminada la II Guerra Mundial, las fuerzas aliadas vendrían a España a librarnos del fascismo de Franco, pero se equivocaron. Formaron parte de «La Nueve» brigada que al mando del capitán valenciano Amado Granell liberó París de los nazis y hasta hace sólo pocos años no se les ha dado merecido reconocimiento.
Sin duda, la memoria es corta, frágil y muchas veces desconsiderada.

 

ESTIGMA

Ribera

 

Mar Martín

Para que las heridas se sequen hay que dejarlas al aire, es decir hay que abrirlas, ver lo que hay y esperar a que cicatricen.
Y hay heridas que tardan más de 40 años en cicatrizar porque nunca les dio el aire, porque se ocultaron en un pacto de silencio que en la Transición pudo tener sentido, pero que hoy es incompresible.

Conocer el pasado, de dónde venimos y qué errores se cometieron es el único modo de afianzar el firme para construir el futuro. Es la garantía de una sociedad madura capaz de enfrentarse a nuevos retos. Seguir con la cantinela de que rescatar la memoria de un tiempo reciente terrorífico, es abrir heridas sigue siendo un gesto de infantilismo o de tratar como infantil a una sociedad que ya ha crecido.

Y esto que lo tengo siempre a flor de piel, se me escapa a borbotones del teclado del ordenador a propósito de la polémica en torno a los restos de uno de los mayores sanguinarios y asesinos de la Guerra Civil Española y Posguerra franquista, enterrados bajo el suelo de la Basílica de la Macarena, icono religioso y turístico de la ciudad de Sevilla.

Según los historiadores Francisco Espinosa Maestre y José María García Márquez, la represión franquista en Andalucía entre 1936 y 1951 supuso el asesinato de más de 50.000 personas, de las que 12.509 corresponden a Sevilla y su provincia y un buen número de ellos se le atribuyen a Queipo de Llano, responsable también de ‘la desbandá’, que regó de muerte la carretera de Málaga a Almería y que significó la peor matanza y la mayor huida de población civil en Europa antes de la guerra de Yugoslavia.
Con este curriculum es de sentido común (y mucho se ha tardado) en que el pleno del Ayuntamiento de Sevilla aprobara hace un año una moción (sin el apoyo del PP y Ciudadanos) para proponer la retirada de sus restos de la Macarena. Y es sintomático también de una sociedad ya cansada de tantos silencios y de tener tantas tragaderas.

Es inaudito que uno de los más crueles protagonistas de la guerra civil mantenga aún en el año 2017 el privilegio de estar enterrado en tan simbólico templo, irónicamente junto a la muralla que el mismo convirtió en paredón para fusilar a cientos de sus víctimas, por mucho hermano mayor que hubiera sido y por mucho dinero que hubiera puesto para la construcción del edificio.
Uno es la suma de todas sus partes, por lo que no vale que los macarenos digan que está enterrado en calidad de hermano mayor honorario (que ya les vale) y no como militar. Esto sería equivalente a decir que Hitler se merecería un sitio destacado entre naturalistas y ecologistas por ser vegetariano y amante de los animales.

Uno es quien es, mire hacia el lado que mire y son sus palabras y sus acciones los que lo describen. Por ello dejo aquí una de sus muchas frases que perfilan con detalle al personaje por el que muchos macarenos se sienten avergonzados de tenerlo entre los muros de su templo: “Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros. Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.
Y tras leer sus palabras, me reafirmo en considerar que sacar sus restos de la Basílica de la Macarena puede ser un pequeño gesto para los sevillanos y sevillanas pero un gran gesto para la humanidad, que diría Neil Armstrong.