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El legado
María del Mar Martín
A las mujeres afiliadas a partidos o sindicatos de izquierda o familiares de hombres militantes o afines a partidos o sindicatos de izquierda, durante los años de represión franquista, las afeitaban al cero para despojarlas del atributo tradicionalmente más femenino: el pelo. Las obligaban a tomar aceite de ricino y a caminar semi-desnudas por las calles mientras sufrían la descomposición de sus intestinos y la vergüenza de no poder evitar la diarrea a la vista de todos. Similares torturas fueron aplicadas a las mujeres acusadas de brujería en los siglos XVI y XVII con la salvedad de que, además, estas últimas morían en la hoguera o ahogadas en pozos o ríos. Las torturas que el machismo aplica a la mujer siempre han ido acompañadas de la humillación y el menoscabo de la dignidad con el objetivo de provocar mayor desprecio y deshonra.
Con la sofisticación de la tecnología se han sofisticado los modos modernos de tortura y las redes sociales se prestan a diario a todo tipo de escabrosas posibilidades. Que una mujer de 32 años sufra angustia y ansiedad tras conocer que se ha violado su privada intimidad y que se ha puesto al alcance de desalmados y desalmadas de toda calaña es una nueva modalidad de tortura y su suicidio un nuevo asesinato machista.
Durante semanas, estuvo soportando el acoso y las humillaciones por unas imágenes privadas, de contenido sexual, grabadas hace cinco años y que fueron a parar a los móviles de sus compañeros y compañeras de trabajo. Era madre de un bebé y de un niño de cuatro años, pero la presión a la que se vio sometida la llevó finalmente, el pasado sábado 25 de mayo a quitarse la vida. De poco vale ahora que sus compañeros y compañeras reconozcan que la responsabilidad fue de todos ellos y ellas.
Pero más allá del delito, reconocido en nuestro Código Penal y que castiga con entre tres meses y un año de cárcel la difusión de imágenes privadas sin autorización de la persona afectada cuando se viole gravemente su intimidad y aunque la víctima diera en su día su consentimiento a la grabación, el trasfondo de este relato es otro. A la pérdida de intimidad y privacidad se le suma la situación de desigualdad y vulnerabilidad en la que vivimos las mujeres bajo el yugo del machismo. A la humillación de sentirse presa de risas y cuchicheos hay que añadirle “la culpa” que acompaña a la mujer en su relación con la sexualidad tal y como la entiende el patriarcado: mientras que ellos pueden alardear de hombría, las mujeres son consideradas sencillamente putas. Ese es el legado y este suicido su última consecuencia.
Ilustración: «Ofelia» de John Everett Millais
FENÓMENO VÍRICO
Mar Martín
Vienen a mi memoria frases clásicas de maltratadores, heredadas del acervo cultural machista y patriarcal en el que vivimos.
Frases que ocultan amenazas del tipo: “lo único que vamos a tener serán tormentas, si sigues en reprimenda, para que lo entiendas, nuestro cariño de niños chiquititos está sobre una cuerda”.
Frases de victimismo, que tiene como única finalidad crear sentimientos de culpa en la mujer, como: “no me dejes así que yo te quiero a morir. Ya se me van las canciones si te vas y no volveré a enamorarme nunca más. Te ruego que no te vayas”.
Frases de falso amor, que esconden control y sentido de la propiedad, como: “me gusta ser el dueño de tus pensamientos” y frases de recriminaciones propias de torturadores emocionales del estilo: “llorando te vas, me pides perdón, pero es que de lágrimas no vive un corazón”.
Y también, viene a mi memoria la frase “ya te hubiera tirado por la ventana”, esta última resultándome especialmente cercana.
No obstante, es de las primeras de las que me gustaría llamar la atención, no tanto por lo que dicen, que ya es suficientemente nefasto, sino por quién las dice y quién las escucha a diario. De quien las cantan se afirma que son un fenómeno viral, que cuentan con 40 millones de visitas en youtube y lo peor de todo, se les está dando una cobertura mediática desproporcionada. Son dos niños de 11 y 14 años, Nau y Adexe y se han convertido en un auténtico virus de nuestra sociedad.
Sus letras son un atentado contra las políticas de igualdad que desde todos los ámbitos de la sociedad se deberían implantar. Son la reproducción de todos los roles machistas que se quiere combatir. Sus mensajes reiteran los modelos tradicionales de relación de poder entre hombre y mujer con frases como “llegarás a tu destino, yo haré que lo sepas. Decídete, vamos, ven a abrazarme, pronúnciate, que estoy esperando”.
Leer las letras de sus cuatro canciones más famosas es suficiente para levantar estómagos y vomitar, imaginando a cientos de miles de niños y niñas entre 9 y 14 años delante de la pantalla del ordenador o del televisor memorizando sus canciones que insultan a la mujer y son verdaderos atropellos a la igualdad.
Este fenómeno viral, autentico virus contra la mujer, está influyendo en nuestros hijos e hijas con frases machistas y retrógradas, tirando por tierra todo el trabajo que en las escuelas y en las familias se haga por educar en igualdad.
Si ya es dañino que adultos escuchen reguetón, que niños y niñas canturreen sus letras es algo inadmisible.
Es difícil que esta sociedad cambie si no atendemos a estos, no tan pequeños detalles, si no somos capaces de integrar la igualdad en cada gesto, en cada frase.
La lucha por la igualdad resulta la más difícil de todas las luchas porque mientras la mitad de la población quiere avanzar en una cuesta hacia arriba tirando de la pesada carga que significa el machismo interiorizado en el ADN, la otra mitad de la población tira en sentido contrario llevando consigo la ventaja de la fuerza de la gravedad.
NARCÓTICOS
Mar Martín
“Creer a las mujeres”, es el título del artículo de opinión con el que hoy Pepa Bueno a las 8.00 de la mañana, desde su micrófono de la SER, ha pretendido azotar las conciencias.
Pero me temo que las conciencias de este país narcotizado por las drogas que el franquismo le suministró de manera solapada pero con premeditación y alevosía, se encuentran lejos de sentirse ni azotadas ni despertadas. Se encuentran en ese estado de limbo enfermizo en el que nadie se escandaliza cuando de forma recurrente se convierte a la víctima en culpable, sobre todo si la víctima es mujer.
El habeas corpus se le reconoce a los hombres, pero las mujeres tenemos que demostrar nuestra inocencia incluso cuando denunciamos situaciones de violencia machista con abuso de poder, o la mayor expresión de esta violencia que es la consumación de una violación múltiple como la que sufrió la joven de 18 años durante los sanfermines de 2016 y cuyo juicio acaba de comenzar.
Para continuar con el relato de esa España machista y retrasada, heredera de aquel franquismo machista y retrasado, resulta que entre los “supuestos” violadores se encontraba un militar y un guardia civil. Ni Buñuel hubiera retratado mejor la estampa. Y para su defensa suponemos, por lo hechos que acontecen a continuación, que aluden a la máxima de aquel pasado que creíamos olvidado y en el que la mujer o era madre o era puta, y como la joven de 18 años no era madre, contratan a un detective privado para que espíe su vida en los días posteriores a la violación.
El juez que instruye el caso ha admitido el informe del detective privado mientras rechaza los mensajes que se cruzaron los presuntos agresores en los días previos a los hechos. Como expresa Pepa Bueno en su artículo, ¿aquí a quien se juzga?
Para nuestra desgracia este triste relato ocurre más a menudo de lo que se cree y es el auténtico termómetro que mide el machismo que habita en cada rincón de nuestra sociedad por más que lo denunciemos y hagamos campañas publicitarias en su contra.
Habrá que esperar a otra generación para que España se encuentre desintoxicada de aquellos narcóticos machistas que durante 40 años inocularon por vía intravenosa y que siguen en la sangre de esta sociedad y sobre todo en la de muchos jueces, políticos y militares.
No es baladí que escriba estas líneas a poco más de una semana de la conmemoración del Día en Contra de la Violencia de Género que se celebrará el próximo 25 de noviembre.
Es una muestra más del enorme trabajo que tenemos por delante.