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8 de marzo

georgina

 

María del Mar Martín

A poco que se rasgue, se descubre el cartón del que está hecho ese decálogo de falso feminismo que han venido en llamar “liberal”. Con sólo leer el primero de sus postulados se adivina el rancio machismo que oculta al no utilizar el lenguaje de género. El segundo y tercer punto refieren asuntos de perogrullo, pero en el cuarto, vuelve a vérseles el plumero, o la patita por debajo de la puerta: al mencionar que la mujer no debe elegir entre su carrera y la familia, reafirman el reparto tradicional de roles, reconociendo de manera subliminal que la familia es responsabilidad del genero femenino. En su quinto postulado se reafirman al rechazar abiertamente el lenguaje de género, cuando es precisamente el lenguaje uno de los principales baluartes de la visibilización de la mujer. En el sexto y el séptimo regresan de nuevo las perogrulladas una vez más dirigidas a “los ciudadanos” obviando a las “ciudadanas”. El octavo al mencionar que es reduccionista considerar que las mujeres nacen víctimas, da pábulo a ese pensamiento de reacción y ataque patriarcal hacia la mujer. Y por último y como colofón, en el noveno y décimo punto se desprestigia a los movimientos feministas que durante tres siglos han luchado por igualar los derechos de hombres y mujeres, sufriendo torturas y asesinatos.

Este decálogo no es más que una burda estratagema. Un intento fallido de engañar a quien quiera dejarse engañar y, de paso denostar, el trabajo y el sacrificio que durante años, cientos de miles de mujeres feministas invisibilizadas han entregado a la lucha por la igualdad.

Este decálogo se suma a la reacción misógina que la extrema derecha está liderando, ante el temor de la posible pérdida de los privilegios que el patriarcado otorga a los hombres. Como Manuel Vicent publicara en El País en noviembre de 2004:  “Nadie les va a quitar las fincas rústicas o urbanas, podrán continuar matando cochinos, venados y perdices hasta el final de sus días, seguirán saludando con una cigala en la mano a sus amigos en las marisquerías, los notarios y registradores serán siempre sus aliados naturales, darán dentelladas de escualo en los despachos insonorizados y después de una vida llena de tajadas volarán al cielo, donde serán recibidos por Dios con los brazos abiertos bajo una lluvia de mazapán (..)”.

Y querrán además que las mujeres continúen dedicándose a lo que les corresponde por designio divino: el cuidado del varón y de los hijos. Ya lo decía Clara Janés en su libro “guardar la casa y cerrar la boca”.

Ilustración de Georgia O`Keeffe

HECHOS Y NO PALABRAS

sufragistas
Mar Martín
Es difícil imaginar un mundo en el que la mitad de la población no pudiera votar. Pero eso aún sigue sucediendo en países como Arabia Saudí y en países como Suiza dejó de ocurrir en 1971, es decir, antes de ayer.
Hay quien cree que los derechos de los que disfrutamos en las democracias occidentales cayeron del cielo o existen desde el principio de los tiempos y, ni una cosa ni la otra. Muchos de ellos son derechos conseguidos hace poco y gracias al sacrificio de muchas personas que incluso dieron sus vidas para que hoy pudiéramos disfrutar de algo tan elemental como el derecho al voto femenino.
Fueron las sufragistas las que pelearon en el Londres de finales del siglo XIX por conseguir que la mujer pudiera votar y consecuentemente redactar leyes y derogar injusticias impuestas por el machismo del patriarcado reinante como que los hijos e hijas era exclusivamente de los hombres quienes podían darlos en adopción sin el consentimiento de la madre.
En España, fue la República quien le concedió el voto a la mujer en el año 1933 pero aquel derecho quedaría enterrado pronto bajo la dictadura y su propaganda fascista en la que relegaron a la mujer al papel de esposa sumisa y dócil o puta en el que caso de que reivindicara sus derechos y su libertad.