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Salvapatrias

El cid

 

María del Mar Martín

España vuelve a estar en la boca de esos que vienen a salvarnos. Los mismos que nos salvaron de las hordas marxistas y provocaron una guerra fratricida. Los mismos que apoyaron y siguen apoyando 40 años de dictadura y la cruenta represión que conllevó. Pronuncian España como si sólo les doliera a ellos, como les dolió a la generación del 98. Y como único pasaporte electoral llevan la bandera a todas partes, volviendo a apropiársela como ya lo hicieran en el franquismo. Hoy por hoy nos vienen a salvar de los independentistas catalanes. No hay más profundidad detrás de sus vacuos discursos disfrazados de patriotismo de montería. Y con la misma pasión con la que el nacionalcatolicismo franquista inventó la cruzada antirojos, ellos la reinventan con nuevas tecnologías.

Es de suponer que a estos, además de preocuparles España,  les interesará también la administración de la cosa pública y habría que desear que ésta no la gestionen como sus asuntos privados, en los que no atienden a cuestiones, ni legales, ni éticas, ni de honradez.  Ya tuvieron un ejemplar maestro en el dictador que entre otras lindezas se apropiaba de los alimentos que se donaban a España para que se incluyeran en los lotes de beneficencia, los vendía y más dinerito para la saca. Esa era la España en la que creía, en la misma que la Polo que visitaba las joyerías para arramplar con lo que le vinera en gana. Y esto era sólo la punta del iceberg de aquella España de corrupción sistémica que, irónicamente impuso, utilizando el terror para ello, la ideología de que era la mejor de las Españas que se podía imaginar.

Y con este mantra llegan de nuevo a salvarnos, utilizando la mentira como ya lo hicieran sus predecesores, con la única intención de apropiarse de lo que es de todos, el maltrecho Estado de Bienestar. Con el único propósito de arrebatarnos derechos y libertades, con el único objetivo de manosear  España y convertirla en su cortijo. Es la España que quieren y esa no es la España que quieren los españoles. Porque españoles somos todos y a todos nos duele. Sólo cuando la bandera de España está detrás de sus discursos xenófobos, machistas e insolidarios, nos sentimos extranjeros, e incluso, extraterrestres.

Muera la Inteligencia

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María del Mar Martín

Me hastía pensar en ese nuevo partido ultranacionalista y de ultraderecha que con sus provocaciones diarias pretende que le hagamos la campaña electoral gratis. No puedo con la aversión que suscitan sus insultos a la convivencia y al consenso. Me resisto a emplear tiempo y neuronas en repetir sus “patriotas” propuestas dirigidas a los “españoles de bien”. Pero, una vez más, no puedo evitarlo ante su última ocurrencia: permitir el uso indiscriminado de armas en nuestro país.

España, uno de los países más seguros de la Unión Europea, comunidad más segura del mundo, con un Estado de Derecho que nos protege de manera ejemplar, no puede convertirse en un país violento como lo son todos aquellos en los que están permitidas las armas. Los índices de asesinatos y muertes por la utilización de armas en países como Estados Unidos, Colombia o Méjico son altísimos al igual que los beneficios de las empresas suministradoras de armamento. En esos países la vida termina por valer lo mismo que una bala y los paisajes cotidianos recuerdan al viejo Oeste. Esta es la España que nos ofrecen estos patriotas que niegan la violencia machista e incluso el holocausto nazi. Que hacen del dictador Franco un mártir y consideran que los homosexuales son enfermos que necesitan ayuda.

Jamás hubiera imaginado describir a personajes reales así, como jamás hubiera creído que se volviera a discutir sobre asuntos consensuados de forma mayoritaria. La ley del aborto, la ley de LGTBI, la ley de Igualdad, el Estado de las Autonomías, la no segregación de sexos en la educación, la regulación de la inmigración, la ley de Memoria Histórica han sido nuestra seña de identidad como país moderno, que progresa y mira hacia el futuro con humanidad y respeto a la diferencia. Y son, todos estos avances sociales en libertad e igualdad, el blanco de sus dianas a las que quieren disparar con las armas que, si les dejamos, venderán en la tienda de la esquina.

“Vivan las cadenas”, parecen gritar, como gritaba la muchedumbre y los absolutistas ante el regreso de Fernando VII después de la invasión francesa, que la memoria es frágil y la historia cíclica. La Constitución de 1812, de las más avanzadas y modernas de Europa quedó entonces en papel mojado, y del mismo modo, puede quedar ahora la Constitución de 1978, si estas ordas fascistas nos atrapan con sus cadenas y al más puro estilo Millán Astray pisotean nuestra inteligencia.

Ilustración: Vida Cotidiana de Emil Nolde

Después de 229 años

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María del Mar Martín

Desde que Olimpia de Gouges escribiera “La Declaración de los Derechos de la Mujer” en 1791,  tras descubrir que en La Declaración de los Derechos del Hombre, que aprobó la Asamblea Constituyente francesa en 1789, no se incluía a las mujeres, esos derechos se referían única y literalmente a los hombres, ha llovido mucho. Pero esa lluvia no ha servido ni para desempolvar superficialmente del olvido la historia de tantas mujeres luchadoras por la igualdad.

A Olimpia le costó caro el atrevimiento de pretender equiparar los derechos de las mujeres a los de los hombres. Dos años después de publicar “La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”, el 3 de noviembre de 1793, fue guillotinada.

Con anterioridad, las mujeres al verse excluidas de la Asamblea General se volcaron en expresar sus reivindicaciones en Los Cuadernos de Quejas, que se convirtieron en el testimonio colectivo de sus esperanzas de cambio. Dejaron por escrito que reivindicaban el  derecho a la educación, al trabajo, derechos matrimoniales y sobre los hijos así como el derecho al voto y la abolición de la prostitución, los malos tratos y los abusos dentro del matrimonio. Pero estas reivindicaciones nunca fueron tenidas en cuenta.

Como expresa Nuria Varela en el libro “Feminismo para principiantes”  “las mujeres de la Revolución Francesa observaron con estupor cómo el nuevo estado revolucionario no encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin derechos civiles y políticos a todas las mujeres” a pesar de que ellas participaron de forma activa en todo el proceso revolucionario. Estas mujeres denunciaron la “aristocracia masculina” reivindicando la abolición de los privilegios del sexo masculino, tal y cual se estaba haciendo con los privilegios de los nobles sobre el pueblo. Pero todo fue en vano.

El filósofo y hombre de ciencia de la época, Nicolás Condoret, en 1790 mofándose de los prejuicios de sus contemporáneos expresó: ¿Por qué unos seres expuestos a embarazos y a indisposiciones pasajeras no podrían ejercer derechos de los que nunca se pensó privar a la gente que tiene gota todos los inviernos o que se resfría fácilmente? Aquellas frases cayeron en terreno yermo.

Han pasado 229 años y ahora otro hombre, en este caso de letras, se ha subido hace unos días a una tribuna para pronunciar un discurso radicalmente opuesto al de Condoret. Los avances, que tanto han costado lograr, vuelven a estar en discusión, con partidos políticos como el que acaba de entrar en el Parlamento andaluz. Nunca creí que escucharía frases como las que pronunció ese exjuez inhabilitado por el Tribunal Constitucional. Nunca imaginé que en la política española o andaluza se defenderían ideas anticonstitucionales y trasnochadas que niegan realidades constatables como la violencia machista, las violaciones y los asesinatos por ser mujer.
La muerte de Olimpia de Gouges sirvió de acicate en su época y continuaron,  hasta nuestros días, las reivindicaciones de igualdad entre hombres y mujeres. Las palabras de estos individuos deben servirnos para recordarnos que nada es imperecedero, que tras las revoluciones llegan las contrarrevoluciones y podemos encontrarnos en las puertas de un nuevo y terrible tiempo.

 

Trolls en Andalucía

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María del Mar Martín

En el folclore escandinavo, los trolls son seres salvajes y malintencionados que viven en cuevas o bajo colinas. Han llegado hasta nosotros a través de cuentos y los hemos acogido con naturalidad en sustitución de nuestros antiguos ogros. Tolkien los inmortalizó en el Hobbit y el director cinematográfico Mike Mitchell en 2016 con la película que los lleva por título. Sin embargo, no todos los trolls que conocemos pertenecen al mito, a la literatura, o al cine. Los hay en internet y los acabamos de descubrir en la política. Vienen a sabotear todos los avances sociales y de libertades logrados en las últimas décadas. Han llegado para generar descontento y desconfianza en un pueblo que creía inviolables conquistas logradas, en muchos casos, incluso con sangre. Estos trolls involucionistas, que apuestan por lo peor de un pasado cuyas heridas siguen sin cicatrizar, no creen, ni han creído nunca en Andalucía. Son contrarios al estado constitucional de las autonomías, por lo que no es de extrañar que reivindiquen el 2 de enero, día de la conquista de Granada en 1492, en lugar del 28 de febrero fecha en la que los andaluces en 1980 nos ganamos en las urnas nuestra autonomía.

Como los trolls de internet quieren entrar en las instituciones para dinamitarlas desde dentro. No les preocupa mejorar la vida de los andaluces, ni hacer de Andalucía una comunidad más próspera. Entre esas 19 propuestas que han colocado sobre la mesa y son una  auténtica declaración de intenciones, no hay ninguna que proponga mejoras para bajar los índices de desempleo, para sacar de la exclusión o emergencia  social a las miles de familias que se encuentran en ella o para incrementar la calidad de la sanidad o la educación. Sólo se refieren a estas últimas para defender su devolución de competencias al Estado Central o para recuperar la educación segregada. Proponen reducir el gasto público y bajar los impuestos con la consiguiente merma de la calidad en la sanidad y la educación con el objetivo de beneficiar a las empresas privadas y, como en el franquismo, dejar lo público como beneficiencia. Los nuevos trolls que han llegado a Andalucía añoran de corazón aquel franquismo paternalista y retrasado, involucionista y machista. Estas 19 medidas ideológicas proponen la derogación de las leyes que protegen a las mujeres frente a la violencia machista o refuerzan los derechos del colectivo LGTBI y sin embargo defienden leyes a favor de la tauromaquia y la caza, dejando claro, así, su orden de prioridades. Lo pueden decir más alto, pero no más claro, por lo que, quien tenga oídos que oiga. Dicen que son medidas negociables, pero detrás de cada una de ellas hay una agenda, un cuaderno de bitácora con una brújula y un rumbo definido. Se proponen resetear las últimas décadas de la historia de España y devolvernos a un pasado del que consideran no debimos haber salido.

Un monstruo ha venido a vernos, pero aún estamos a tiempo de evitar que se quede, y lograr, como hizo Gandalf con el demonio del mundo antiguo, Balrog, devolverlo a las profundidades, gritando: “No puedes pasar”.

Caza de brujas 2.0

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María del Mar Martín

La biografía de España ha dibujado a lo largo de los años un caminar incierto hacia adelante y hacia atrás. En los libros de Historia se cuenta cómo, cada vez que se lograban avances sociales y democráticos, surgían movimientos contrarreformistas que se empeñaban en evitarlos, consiguiéndolo en la mayoría de los casos.Este 2019, recién estrenado, se recordará como un ejemplo de ello. Los avances en igualdad y en la lucha contra la violencia de género corren peligro, de igual modo que lo corrieron todos los avances sociales y de libertades que en la II República quisieron poner a España a la altura de las modernas democracias europeas. Nada es para siempre y ninguna ley está libre de ser derogada a pesar de que fuera aprobada para proteger de abusos y denigraciones. Al igual que los pueblos antiguos evitaban pronunciar el nombre de Dios para que éste no se presentara, habría que empezar ahora a evitar mencionar el nombre de aquellos que dicen que vienen a cambiar lo que tanto ha costado construir con consenso y respeto. Y han decido empezar con una nueva caza de brujas. Siempre la mujer ha sido el blanco de las mayores atrocidades en los momentos de crisis o cambios y en esta ocasión no iba a ser distinto.

El nombre es el que convierte en realidad las cosas y de tanto nombrarlos los han visibilizado, naturalizado y traído a la realidad, procedentes de un averno medieval, atrasado y violento. Una vez más, la historia nos pone a prueba, pero como nuestro pasado es un gran desconocido, lo más probable es que estemos obligados a repetirlo, y, a menos que despertemos y pongamos remedio, volveremos a iniciar esos pasos atrás que tanto nos han caracterizado como pueblo que abruptamente zigzagea.