LA MANO QUE MENOS APRIETA ES LA QUE MÁS AGARRA

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Mar Martín

Un reciente estudio del CIS ha desvelado que el 33% de los jóvenes entre 15 y 29 años consideran inevitable controlar a sus parejas y que es aceptable que en algunas circunstancias se les impida que traten a su familia o amistades, no permitir que estudien o trabajen y decirles las cosas que pueden y no pueden hacer. Según este estudio 1 de cada 3 jóvenes españoles conviven con naturalidad con estas actitudes de intolerancia y dominación cuyas consecuencias pueden ir desde el  maltrato psicológico al asesinato. Esta juventud, cautiva del sistema patriarcal que domina desde hace miles de años, es víctima de una sociedad que en lugar de caminar hacia adelante lo hace hacia atrás, eliminando asignaturas como “Educación para la Ciudadanía” con la que se pretende educar en la igualdad de género y en el respeto a la diferencia.
Esta juventud sigue reproduciendo antiguos roles que se creían superados, por lo que será siempre poco el esfuerzo de instituciones y gobiernos, para mutar comportamientos, al menos en teoría, por la mayoría rechazados.
Así este estudio no es más que la punta del iceberg de un grave problema social que asola nuestra sociedad. Iceberg que flota sobre un mar de 765 asesinatos de mujeres a manos de criminales no lo suficientemente denostados. Asesinatos que arrastraron con ellos, a niños y niñas convertidos en huérfanos a los que se les rompió la vida.
¿Es imaginable la conmoción social que provocaría el titular: “765 futbolistas han sido asesinados en España desde el año 2003”? ¡Que golpe recibirían las conciencias si se publicara: “765 sacerdotes asesinados desde 2003”! ¡Cuántas manos se echarían a la cabeza al leer: 765 médicos asesinados desde el año 2003”! Pero no han sido futbolistas, ni sacerdotes, ni médicos. Han sido mujeres, personas que igual pertenecían a grupos profesionales determinados o a organizaciones concretas a las que el terrorismo machista les  ha arrebatado la vida. Y  no pasa nada, al igual que pasó desapercibida la concentración del 26 de enero en Sevilla desde la que se pretendió, en silencio, gritar el fin de este terrorismo que parece cosido al ADN de nuestra sociedad y como todo lo genético: inevitable.
Una media de 64 mujeres  son asesinadas al año por asesinos en serie que como tales habría que tratar. Tienen perfiles concretos, actúan de la misma manera y siguen similares procedimientos. Es hacia estos potenciales criminales a los que   habría que dirigir las campañas de concienciación, sensibilización y educación. A estas alturas son ya pocas las mujeres que no reconocen cuáles son sus derechos y donde radica la igualdad. Es a ellos a los que hay que convencer de que la mano que menos aprieta es la que más agarra, que la dignidad radica en el respeto al otro y que las dependencias e inseguridades no se arreglan con la violencia.

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