Franco, 40 años y tres generaciones

José Rodríguez de la Borbolla
EL 20 de noviembre de 2015 se cumplieron 40 años de la muerte de Franco. ¿Es mucho tiempo? ¿Es poco tiempo? Depende de quién lo mida, de cómo se mida y de para qué se mida.Así, para algunos -primera generación- que estaban aquella noche escondidos, temerosos de los efectos de una presunta Operación Lucero, que podía hacer que dieran con sus huesos en las comisarías, el tiempo transcurrido es toda una vida, muy cercana y presente. Una vida comprometida, esperanzada en el futuro y, al fin y a la postre, satisfactoria en sus consecuencias, en términos generales. Todos ellos esperaban que, ya sin Franco, se pudiera producir la Ruptura Democrática -algunos, por aquí por el sur, la llamábamos Rotura Democrática, con cachondeíto terminológico- y que, tras dicha rotura se abrieran vías más amplias, para un desarrollo vital justo y para el entendimiento y la tolerancia entre todos los españoles. Hay que reconocer, sin embargo, que para esta generación lo prioritario no era hacer cuentas con el pasado, por muy desolador, criminal e injusto que hubiera sido. Lo importante era abrir el futuro, garantizando más libertad, más justicia y más solidaridad. Lo más importante, entonces, no era la memoria, sino el compromiso con la construcción del porvenir.
Se hizo una Constitución, se democratizó la sociedad y se descentralizó el Estado, se produjo el ingreso en la Unión Europea, se mejoró la condición y el nivel de vida de los españoles, se extendió la protección social a la gran mayoría de la población, se mejoró el sustrato físico del país, se incrementó el capital humano y y se reconquistó un mayor papel -político, económico, social y cultural- de España en el mundo.
Para otros -una segunda generación- que no estaban allí en aquel 20N y que llegaron a la madurez entre 1995 y 2000, lo hecho hasta entonces empezaba a tener defectos visibles y, además, ellos no eran los responsables. Había que empezar una Segunda Transición, había que empezar a hacer tabla rasa. A lo mejor por eso, en esos años empiezan a aparecer recortes en la protección social y en la regulación del mercado de trabajo; se reduce el papel de los sindicatos; se flexibiliza la legislación urbanística, ambiental y de costas; se empieza a dar más importancia a las regulaciones «radicales» de la vida en sociedad -matrimonios homosexuales, políticas de género-, que a otras cuestiones; se dan pasos adelante en el camino de la reordenación de la arquitectura institucional -Plan Ibarretxe, Reforma de los Estatutos de Autonomía, «encaje de Cataluña en España», etc.- y se piensa que hay que recuperar la «Memoria Histórica». Franco y su tiempo empezaban a quedar lejos.
Para otra generación -la ahora emergente, en distintos grupos y partidos-, Franco, su sociedad y su tiempo quedan lejísimos. Lo más importante, según dicen, es hacer las cuentas con el pasado inmediato. Unos, parece, más centrados en el problema de la «unidad nacional», focalizada en el problema catalán -recreado por la manipulación de unos y la frivolidad de otros- y presuntamente dirigidos a reducir los desmadres centrífugos. Otros, a mi modesto entender, pensando en que la solución estriba en su propio acceso al poder, imbuidos, como están, de su autoconciencia de salvadores vengativos contra todas las castas, con poco relieve de las ideas -ni de izquierdas ni de derechas-; sin importar los medios -primarias o dedazos, «juegos de tronos», fichajes sonados de jueces, militares o sabios trashumantes para atraer grupúsculos de votantes: «las gallinitas que entran por las gallinitas que salen», llegan a decir-; y basados en el único programa de agrupar a todos los descontentos. Otros, en fin, intentando aprovechar la «desconexión catalana», una relativa mejora económica y el peligro terrorista mundial para presentarse como protectores de los nostálgicos de un pasado que, a estas alturas, pocos de entre ellos sufrieron de verdad.
Cierto es que no estamos sólo ante relevos generacionales. De por medio, se ha producido la globalización, la especulación financiera transfronteriza ha impuesto su hegemonía y ha generado el caos, el papel de los Estados ha disminuido, la corrupción se ha hecho viva, los jóvenes no atisban su futuro, y han desaparecido los «libros maestros». No se plantean modelos sociales alternativos, sino catálogos de respuestas inmediatas a las frustraciones del personal. No existen diagnósticos de fondo, sino recetas para los síntomas inmediatos. No se señala un camino hacia un nuevo horizonte, sino que, únicamente, se reniega del momento presente y se condena a los protagonistas actuales y pasados.
Sea como sea, el tiempo futuro pertenece a las nuevas generaciones. Esperemos que sepan distinguir la paja del grano. Que busquen ideas. Y que sea para bien.
Artículo publicado en Diario de Sevilla el 22 de Noviembre de 2015
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