EQUIDISTANCIA

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Mercedes de Pablos

Se confunde muchas veces con la independencia, siempre política, porque parece ser que la única dependencia real es la de una afiliación determinada, si uno depende para subsistir de una empresa, banco o cree en una determinada fe mantiene la llama del criterio propio, no así cuando guarda en su cartera el carnet de un partido. Son estereotipos que arrastramos, a veces cargados de razones, pero que ocultan otras verdades incómodas, otras dependencias que en muchos casos se protegen con el mullido manto de la equidistancia.

Si el sectarismo es una enfermedad que puede convertirse en pandemia, y casos desgraciadamente haylos a montones, la equidistancia es más peligrosa si cabe porque sus síntomas están agazapados e incluso identificados con su contrario, una buena salud. Ser equidistante vacuna para evitar clichés (vosotras las feministas, vosotros los del Sevilla FC, vosotras las musulmanas) y a la vez para, como decía con tan mala baba Anatole France de los agnósticos, no usar la palabra ateo y lograr ser admitido algún día en la Corte Real.

Equidistantes somos cuando nos confesamos apolíticos, cometiendo el error que luego convertimos en mantra contra el sistema democrático, de confundir política con partidos políticos, y así poder cargar en unos cuantos (a los que llamamos clase política para mayor extrañamiento del resto, los demás) las chapuzas de la convivencia y las taras de la sociedad. Y equidistantes presumimos de ser cuando opinamos y nos alejamos medio metro de la cuestión opinable como si no fuera con nosotros, ya sean las pensiones que un día querremos cobrar, el modelo de televisión pública que nos paga la minuta o las concertinas de la valla de Melilla (siguen ahí, ¿verdad?).

La equidistancia es sana ante aquellos comportamientos homologables, porque perdonar a unos lo que se afea a otros es efectivamente sectarismo y ceguera, pero muy nociva cuando en realidad la usamos de escudo para diluir una responsabilidad concreta, que es una variante de no decir la verdad. O sea si criticamos una contradicción política del PP, flagrante y actual, inmediatamente tenemos que echar mano de otra que el PSOE haya cometido, para que no crea el respetable que andamos enredados con la paja ajena y no la viga propia (por cierto, qué feroces las parábolas bíblicas, solo imaginar esa imagen hace que Nazario se me quede más naif que Ferrandis el de las postalitas).

Siempre recuerdo la pregunta de una señora a Almudena Grandes en la presentación de su última novela basada, en parte, sobre el hecho cierto de hijas de represaliados republicanos explotadas por colegios católicos: ¿por qué no habla de los desmanes de los rojos? Y Grandes dijo: porque es mi elección como escritora, ser verosímil pero elegir la parte de la realidad que quiero contar. O cuando los recalcitrantes castristas le afearon a Javier Bardem haber hecho la peli sobre la persecución y muerte de Reinaldo Arenas. Ocurrió y me basta, dijo el actor. No tengo que hablar de la persecución de homosexuales en Arabia Saudí o la pena de muerte en EEUU para contar una historia veraz como la del poeta cubano perseguido por gay.

Y a eso iba. No hay equidistancia con los derechos humanos y las libertades si nos queremos llamar gentes decentes. Bendita mil veces la valentía de Pedro Zerolo, y otros muchos y muchas, que mojándose, mojándose, mojándose nos han hecho a todos más dignos, más libres, más personas.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 14 de junio de 2015

Enlace al artículo:

http://elcorreoweb.es/equidistancia-HD476180

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